La relación terapéutica empieza desde el mismo instante en que una persona llama para concertar una cita. Desde ese preciso momento se inicia la interacción entre paciente y terapeuta. La derivación también es parte implicada en el movimiento interno que se genera en el profesional desde el momento que atiende la petición.
Así pues, desde ese instante el terapeuta se hace distintas preguntas sobre sí misma, partiendo del propio cuestionamiento: ¿quién soy yo como terapeuta? Las respuestas que se da, están ineludiblemente vinculadas a la percepción que tiene de sí mismo como persona, algo que es un lógico corolario de su propia historia personal y familiar. De ese modo, por otra parte, se pone en marcha la relación entre el inconsciente de la persona y el inconsciente del terapeuta. En dicho proceso, el terapeuta ayudará al paciente a pasar al otro lado en función de su propia evolución personal, sin que pueda acompañarlo adonde no ha llegado.
Al terapeuta formado en el Modelo Clínico Integrado se le entrena para estar en permanente contacto con sus límites y para darse cuenta de cuándo estos bloquean el buen comienzo de la relación terapéutica o la evolución de una intervención ya iniciada.
Por la diversidad de casos y contenidos, por la casuística que se presenta en una consulta, el terapeuta que interviene desde el MCI se ve abocado a estar en continua evolución personal, articulada en un arco que va desde su propia terapia personal hasta la participación en las sesiones de supervisión establecidas a tal efecto con una frecuencia quincenal. La tarea de supervisión no se considera terminada nunca y, como consecuencia, nos encontramos frente a un modelo siempre vivo, en continuo crecimiento y abierto a todas las posibilidades.
Esta actitud terapéutica es la que se transfiere a la persona con el objetivo de que empiece por hacer sus propios ejercicios de autoconciencia, con independencia de las técnicas que se utilicen para ello (la definición de un patrón relacional con las sillas…. la percepción corporal a través de la respiración…. la toma de conciencia de su pensamiento a través de su lenguaje verbal…). Es un entrenamiento para que siempre esté en contacto consigo mismo, que es idéntico al que se desarrolla en las sesiones de supervisión.
Con la transferencia de esta actitud comienza la danza entre el inconsciente del paciente y el del terapeuta, estableciendo la diferencia entre, por un lado, “cargar con tu problema” y, por otro, dar las herramientas para resolver el conflicto emergente. Es decir, dicho conflicto se desbloquea en la mente del paciente cuando se desbloquea en la mente del terapeuta.
Se asienta así uno de los pilares básicos de la sanación tanto del paciente como del terapeuta: la responsabilidad de la propia vida y de los propios procesos. Esto es posible gracias a la profundidad que caracteriza al Modelo, una profundidad que remite tanto al trabajo personal del terapeuta como a la intervención con el paciente, algo que solo se alcanza a través de la conciencia, que es el núcleo principal de todas las herramientas: “Conozco lo que hay en ti, porque conozco lo que hay en mí”. En ese sentido, y puesto que no es un modelo rígido, se puede hacer uso de numerosos recursos para hacer llegar a la persona tal conocimiento.
Solo se consigue llegar al otro cuando se está vacío, esto es, cuando se está libre de las propias barreras. Es entonces cuando se logra conectar con el inconsciente de la persona, momento en el que las imágenes que emergen en el terapeuta y la intuición que ello genera pueden considerar como instrumento de intervención. Y es entonces cuando se pueden aplicar las demás herramientas con las que se cuenta en el consciente.
El trabajo personal del terapeuta que aplica el MCI es un compromiso con la vida que se ha elegido, con la profesión que se ha elegido, de ahí que sea un Modelo Integrado, porque abarca la vida personal y la vida profesional.
En el caso que la persona abandone la terapia el terapeuta deberá lidiar con su frustración como tal y asumir que no podrá ayudar a todo el mundo, aun cuando una persona pide ayuda, es posible que no esté en el momento en la situación adecuada para recibirla. Por tanto, además de aprender de los errores y crecer como profesional, se debe asumir que, en ocasiones, se haga lo que se haga la persona se va a marchar porque no es su momento. El terapeuta debe ser entonces muy consciente de su propia frustración.
La integridad, en el sentido de completud, de totalidad, es considerada como otro pilar básico, adoptado el concepto Jungiano de la Sombra. Preferiría ser un individuo completo antes que una persona buena.
Jung